viernes, 14 de octubre de 2011

Por el cambio global

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencias Políticas

El Movimiento del 15-M ha recorrido un largo trecho desde las primeras acampadas de Sol, cuando las autoridades no sabían cómo tratarlo, si como ejercicio del derecho de manifestación o como problema de orden público. Por entonces se vertió todo tipo de juicios denigratorios sobre los perroflautas. Los amenazaron, los reprimieron con dureza. Pero ahí siguen.

Y han saltado al resto de Europa. Están en Bruselas. Han tomado Wall Street y el puente de Brooklyn. La Spanish Revolution en marcha en decenas de estados de Estados Unidos. Han desbordado las calles de Tel Aviv. Mañana, 15-O, probarán su fuerza real, echándose a la calle en toda España y en decenas de ciudades en todo el mundo, excepto en África, lo que es significativo. En contra del capitalismo y por un cambio global.

En un mundo en el que las instituciones democráticas son partidocracias con un grado de consenso por encima de lo normal, no es de extrañar que surja una oposición extraparlamentaria y básicamente no partidista. A tono con los tiempos de globalización, es mundial, no jerárquica, horizontal, espontánea. Es lo que llamaría Baumann una oposición “líquida”. Muy difícil de integrar en el sistema, porque no tiene forma definida ya que es asamblearia.
El 15-M se configura como un poder que no encaja en ninguno de los tradicionales, ni siquiera en el cuarto, el de la prensa. Es el poder de las redes. Es la presencia de la ciberpolítica, cuya sorprendente eficacia reside en que está capilarizada en una sociedad abierta en la que la información es prácticamente libre. El 15-M es parte de una realidad en la que también se da el fenómeno Wikileaks o gente como Murdoch comparece ante el Parlamento y es posible que ante los tribunales.

El 15-M es pura opinión pública, puro debate en una esfera pública no institucional que, sin embargo, se hace escuchar por las instituciones y de un modo directo, sin intermediarios, sin partidos ni grupos de presión. La existencia de ese movimiento que los poderes públicos no pueden ignorar, pero al que no saben cómo tratar, constituye la esperanza de una renovación de los sistemas democráticos, directamente cuestionados en sus fundamentos de legitimidad.


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Vicenç Navarro


Catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra

Se está estableciendo un movimiento a nivel mundial, que se manifestará este sábado 15 de octubre en muchos países, que amenaza a las estructuras del poder financiero, económico y político de los estados, no sólo árabes, sino también de Europa y ahora de EEUU. Su demanda es la democracia, es decir, exigir que existan sociedades democráticas en las que sea la ciudadanía la que gobierne su quehacer colectivo. Donde primero aparecieron estos movimientos fue en países árabes. Eran movimientos antidictatoriales que aparecieron como consecuencia de la aplicación por parte de sus gobiernos de medidas neoliberales (promovidas por los gobiernos estadounidenses y europeos) que habían determinado una enorme concentración de poder económico y financiero que había coaptado al poder político. Resultado de ello era una percepción generalizada entre las clases populares de que sus estados eran insensibles a sus necesidades, incluso las más básicas y elementales como la mera subsistencia.

En principio, tales movimientos prodemocráticos contaron con notable simpatía en los centros mediáticos de los países autodefinidos como democráticos. Pronto se dieron cuenta, sin embargo, de que no era una demanda limitada al mundo árabe. Era una demanda que estaba también apareciendo en su mundo, y que señalaba la contradicción clara entre la narrativa oficial, supuestamente democrática, de sus establishments políticos, por un lado, y la experiencia real en la que las mayores decisiones que se estaban tomando por parte de sus instituciones llamadas representativas (y que afectaban y continúan afectando negativamente el bienestar de la mayoría de las poblaciones) se hacían sin la participación o mandato de la ciudadanía. Tales movimientos prodemocracia denunciaron la obvia falsedad del discurso oficial supuestamente “democrático”. El caso más reciente son las medidas de austeridad, altamente impopulares, que se están imponiendo a la población de estos países por parte de gobiernos, sin que la ciudadanía haya tenido la oportunidad de decidir sobre tales medidas.

No es casualidad que las primeras movilizaciones prodemocracia en los países supuestamente democráticos surgieran en España, el país de la UE-15 donde el sistema democrático es más limitado (resultado de una Transición de una dictadura a una democracia que, consecuencia del domino de las fuerzas conservadoras en el aparato del Estado en tal proceso, dio pie a una democracia muy limitada e insuficiente) y donde las consecuencias de las políticas de austeridad han sido más dramáticas. En España, el 42% de la juventud está sin trabajo. Tal movimiento, conocido como el movimiento de los indignados, o 15-M, ha inspirado muchos otros. Todos ellos tienen en común el objetivo de eliminar la enorme influencia que el poder financiero y económico tiene en sus sociedades, incluyendo sus instituciones representativas.

El último caso es el movimiento “Nosotros somos el 99% de la población” de EEUU, que denuncia que las instituciones políticas estadounidenses, así como la vida financiera y económica del país, están controladas sólo por un 1% de la población. Como señaló recientemente Joseph Stiglitz, “lo que vemos en EEUU es el gobierno del 1% de la población, para el 1% de la población y por el 1% de la población”. El poder de este 1% (el poder financiero, económico y político en EEUU) es enorme. Este 1% tiene el 40% de toda la riqueza del país. Este 1% ha adquirido un enorme poder político durante la época neoliberal. Mientas que en los años sesenta pagaban el 51% de sus rentas en impuestos, ahora pagan sólo un 17%. Como consecuencia, tales ingresos, que representaban el 33% de los ingresos al Estado en aquella época, ahora representan sólo un 7%. Grandes corporaciones como Exxon Mobil, que en 2009 consiguieron 45.200 millones de euros en beneficios, no pagaron ni un centavo al Estado.

Mientras tanto, el 22% de los niños en EEUU vive en situación de pobreza, el número de personas que desearía trabajar y no encuentra trabajo representa, según su Ministerio Federal de Trabajo, el 17% de la población adulta, y 48 millones de ciudadanos no tienen cobertura sanitaria. Las políticas seguidas por el Congreso de EEUU, cuyas figuras claves están financiadas en gran parte por este 1% de la población, está siguiendo políticas fiscales que acentúan todavía más la enorme concentración de poder económico y político. De ahí que el 82% de la población no considere que el Congreso de EEUU representa sus intereses.
Estas son las consecuencias políticas del neoliberalismo. Pero es parte de la condición humana la capacidad de rebelión. Y esto es lo está ocurriendo en gran número de países. Tales movimientos están siendo tratados con gran hostilidad por parte de los establishments mediáticos próximos al capital financiero. Así, el corresponsal en EEUU de uno de los rotativos de mayor difusión de España (que se autodefine de centro liberal) definió al movimiento de los indignados estadounidenses como un movimiento que refleja “las viejas aspiraciones hippies de solidaridad” (asumiendo que la solidaridad fuese un objetivo sólo de los hippies), ignorando, por cierto, al movimiento obrero, cuyos sindicatos son definidos por aquel corresponsal “como las instituciones más corruptas de EEUU”.

Tal movimiento se ha extendido a gran número de ciudades en EEUU (Philadelphia, Boston, Baltimore, Washington, Chicago, Los Angeles, Detroit, y muchas otras) e incluye a todos los grupos etarios, a muchos grupos y clases sociales, y han sido apoyados por los sindicatos estadounidenses, cuyo nivel de corrupción es mucho menor que el existente en las instituciones empresariales, políticas y mediáticas de aquel país. En realidad, estos movimientos de indignados son continuadores de aquellos otros que les precedieron en su lucha por un mundo mejor. 

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El movimiento 15M no ha muerto, el movimiento 15M está empezando




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